Pedro era un jefe duro, autoritario, con carácter. Una de esa joyas taylorianas que creían en la dualidad empresarial. Sus órdenes no tenían fisuras, cuando él decía algo, se hacía y no se discutía. Dar tu opinión delante suyo era un reto y una osadía que podía resultar muy cara.
Para él, la empresa era dividida por buenos y malos, jefes y operarios. Su misión era atacar al enemigo, y mantenerlos alejados de la zona amiga.
Para ello utilizaba todo tipo de artillería. Ligera: mirada altiva, semblante serio, negación del saludo. Y artillería pesada: mentiras, malos modales, gritos, despidos... Todo un arsenal dedicado a mantener alejado a todo aquel que osara dar su modesta opinión.
Su equipo no formaba parte del bando enemigo pero eran tratados de la misma suerte. Éstos habían aprendido a mantenerse poco activos y sólo lo hacían cuando eran ordenados directamente por Pedro. Todo un derroche de diversidad y creatividad.
Sus frases favoritas eran del tipo: "los operarios actúan con desidia, los operarios boicotean la producción, los operarios no saben trabajar, tenemos que cortar la cabeza a Fulanito, Menganito está en el punto de mira..."
Cuando había reunión de jefes, la mayoría del tiempo se la pasaban criticándose unos a otros, y el tema favorito -como no- era mortificar a los trabajadores. Cualquier nueva propuesta pasaba por martirizar a éstos. Y entre ellos, todo eran excusas a costa de lo mal que lo hacían los demás. Al acabar estas reuniones sumarísimas, salían de ellas con hambre de carne y se los podía ver paseando -acechando- inquietos por la sección en busca de alimento.
Un buen día salió el sol, la primavera hizo acto de presencia. El invierno fue duro y a punto estuvo la empresa de irse al 'carajo'. Un rayo de luz llamado ERE iluminó al clan familiar. Y decidieron contratar a un nuevo director general; Paco.
Éste había sido un antiguo operario que harto del mal ambiente y el despotismo de Pedro, decidió marcharse y buscarse la vida en otro sitio. Paco se prometió que algún día volvería y acabaría con semejante esquizofrenia. Esa rabia la supo canalizar y aprovechar para hacer el bien allí dónde estuviera. Para ello profundizó en técnicas de control de las emociones y ejercicios de meditación.
Y con esa pasión y amor por los demás acabó siendo un reconocido asesor de empresas. Fue duro, el mundo empresarial estaba liderado por auténticos psicópatas. Y allá dónde estuviera siempre había alguien ambicioso, sin escrúpulos dispuesto a ponérselo difícil. Pero ése no era asunto suyo; el decidió coger siempre el camino largo, desconocido. El camino de no pisar y perjudicar a nadie. Y con esa filosofía se fue ganando el cariño y admiración de los demás.
Al contrario de lo que se pueda suponer. No sacó su espada samurai y cortó la cabeza -que tan gustosamente muchos hubieran preferido- a Pedro y sus adláteres. Incluyó e integró a Pedro y sus 'soldados' en parte de su equipo y así demostró que el odio no puede ser el motor del mundo. En el fondo éstos eran víctimas y sólo necesitaban algo de cariño.
Después de seis meses la nueva cultura fue contagiando a toda la organización. Los operarios pudieron disfrutar del nuevo Pedro, ahora más cariñoso y con una sonrisa siempre en los labios. Se crearon grupos de mejora, en los que colaboraban directivos, operarios codo con codo. La empresa era cosa de todos y la resolución de problemas pasaba por la unión y la diversidad.
Eran las 5 de la mañana, Paco se incorporó a golpe de despertador. Había tenido un sueño maravilloso... Se vistió, se puso el mono de trabajo y mientras conducía hacia la empresa se prometió que aquel sueño lo haría realidad. Y con una amplia sonrisa que inundó todo su rostro apretó el acelerador.
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