El dinero ha muerto (parte II)

>> viernes, 20 de noviembre de 2009

A medida que la ciencia y la tecnología han ido avanzando, la demanda de fuerza de trabajo humano ha ido disminuyendo continuamente. Y esto pone en entredicho el actual sistema basado en el monetarismo y el empleo. Los gobiernos luchan incansablemente por reducir el desempleo, aferrados a un sistema que la propia evolución pone contra corriente, y si me apuran contra natura.

El empleo humano está en competencia directa con el desarrollo tecnológico. Las empresas buscan maximizar beneficios reduciendo el costo de sus productos. No cabe duda que la robotización, automatización, el empleo de tecnología es más rentable y eficiente que el trabajo humano. Las empresas no dudan en despedir trabajadores y utilizar tecnología punta. Los robots no se cansan, no necesitan vacaciones, no cogen bajas laborales, no se quejan, no tienen que parar para comer…

En 1949 las máquinas cosechaban el 6% de la producción de los EEUU, en 1972 el 100%. En 1960 el 60% de los norteamericanos trabajaban en la agricultura; en el 2009 menos del 3%. Un estudio rebeló que entre los años 1995 a 2002 se perdieron 31 millones de trabajos del sector manufacturero, mientras que la producción creció un 30%. Evidenciando de forma notable la relación existente entre mayor producción menor fuerza de trabajo, y todo debido a la automatización industrial. También el sector servicios ha visto drásticamente reducido el porcentaje de trabajadores; 30% menos que hace 10 años. Debido entre otras cosas a la proliferación de cajeros automáticos, servicio al cliente computerizado, uso de internet, compras online…etc. Más del 90% de los clientes de los bancos utilizan los cajeros automáticos.

Se están creando sistemas de diagnóstico clínico computerizado, mejor y más fiable que el humano. Cualquier trabajo técnico puede ser automatizado. La mayoría de roles que asumimos son fundamentalmente técnicos. Un ejemplo sencillo es la calculadora, que ha tomado el control de cálculo que tenía nuestro cerebro ¡Y no pasa nada! Antiguamente el hombre tenía que dominar técnicas o artes de caza que ahora ni por asomo se nos pasarían por la cabeza. El único rol que tendrá que asumir el ser humano será el de supervisor, y éste también acabará delegándolo a las máquinas.

Por mucho trabajo público que se cree no será suficiente, ni mucho menos, para absorber los miles de millones de puestos de trabajo que se van a perder. Pero la miopía y ceguera de los economistas pasa por encontrar nuevas formas de empleo. Y esto es totalmente contrario a la realidad y al contexto que nos ha tocado vivir. Siguen con sus egos y juegos del monopoly, muy divertidos, pero nada realistas. Están intentando salvar el Titanic con cubos de agua.

Cada salto evolutivo nos libera de antiguos problemas y nos trae consigo nuevos. Es una constante en el proceso de creación. Si el empleo se acaba y seguimos con el mismo modelo el sistema se colapsará y nos iremos al peor de los infiernos. Sin empleo no hay dinero, sin dinero vamos a la más estricta de las pobrezas. Alargarlo será una triste agonía.

El paso del periodo agrícola al de la industrialización, con todas sus miserias y con todos sus terribles efectos secundarios, fue, antes que nada, una forma de garantizar la supervivencia recurriendo a la tecnología y aplicando, en esta ocasión, en lugar del trabajo físico, la energía de las máquinas sobre la naturaleza. Y ahora si somos capaces de superar la ignorancia y el mal uso de la tecnología, podremos dar un gran salto al postmodernismo o hacia la era del renacimiento creativo. Crear no es diseñar buques de guerra o armas de destrucción masiva. Miles de trillones de unidades monetarias se crean, se prestan y se ponen en circulación en nombre de la ciencia de la muerte ¡Crear es garantizar la vida a todos los que habitan este planeta! ¡Crear es el mayor acto de amor! Y este sistema destruye.

El gran uso de la tecnología ha ido encaminado al lucro, la erosión ambiental, la guerra y la violencia. La creatividad sólo estaba, está, puesta en manos del lucro y el consumismo. Aceptando falsos dogmas como el de: “el lucro incentiva, motiva, da eficiencia al individuo y al sistema”. Así que cualquier motivación de tipo humanitario, de cooperación o de altruismo se convierte automáticamente en una simple estupidez. Si no hay recompensa no hay motivación ¡Tenemos las mismas motivaciones que un robot industrial! ¡No hay mayor motivación que el bien al prójimo y a la humanidad! Un sucedáneo, algo que no proviene del interior, no puede ser una motivación. La mayor de las motivaciones surge del corazón. Y es esta motivación la que tenemos que enseñar a nuestros hijos. Y no la del lucro económico y demás programaciones y algoritmos que son el pan de cada día en aulas y universidades.

En este punto del razonamiento me gusta hablar del Bucle TC, trabajo-consumo. Toda nuestra vida está programada para producir y consumir. Toda la educación se basa en ser unos buenos consumidores productores. Hemos reducido nuestra existencia a tan simple mecanismo ¡Algo que por cierto las máquinas saben hacer muy bien! Hay teorías que hablan de que somos juguetes en manos de un niño que juega con su superordenador, tipo los Simms del futuro ¡Vaya con el niño!

Siguiendo cualquier proceso de desarrollo humano, ya sea Piaget, Maslow, Aurobindo, Loevinger, Wilber y muchos otros: el ser humano no puede alcanzar altas cotas de autorrealización si tiene que vivir en esa lucha y competitividad que hace imposible cualquier tipo de florecimiento realmente creativo. El color gris ha sido el predominante en este periodo. El ser humano se debate entre comer y no comer. Y los que tienen suerte ven reducida su vida al consumir y producir. Un atentado en toda regla hacia la construcción de un nuevo despertar.

La falacia del trabajo ha llevado al hombre a ser una simple máquina productiva. Se hace patente la idea de Marx y muchos otros que todo lo basaban equivocadamente en el trabajo. Equivocadamente por fijarse sólo en lo material, y olvidarse por completo de la interioridad. Olvidando lo que Wilber denomina la “mano izquierda” (el “yo” y el “nosotros”). Seguimos como hace más de un siglo. Sí, tenemos televisión de plasma y comida precocinada, pero seguimos sin amor, altruismo y compasión por los demás hermanos de especie.

El sistema se basa en oferta y demanda. A mayor cantidad de un producto menor será su precio. A menor cantidad será mayor. Esto motiva al sistema para que los productos se mantengan escasos. Hablando en plata: el sistema recompensa la escasez. El sistema recompensa mecanismos que eliminan la abundancia real. Ahí entraría la publicidad, el marketing, las modas, los mass media, las políticas de excedentes, y todo tipo de aberraciones encaminadas a que el sistema se mantenga en unos precios altos.

Un tema curioso de cómo la escasez juega un papel fundamental en tan siniestro panorama es la contaminación. Por ejemplo el agua, y como va subiendo la factura año tras año ¡Pero el que la puede pagar la puede gastar! Evidenciando así que es más una cuestión monetaria que de escasez real. Pero interesa contaminarla y depurarla. A mayor contaminación mayor precio. ¿Por qué no se deja de contaminar?

En una economía basada en recursos el ser humano creará y cooperará por el bien común e individual. Usará la tecnología y la ciencia para garantizar que eso sea así. La educación de nuestros niños estará encaminada a ello. Sólo se utilizarán los recursos de forma que estos estén siempre a disposición de los humanos, en equilibrio y sin destruir la biosfera. De ello se encargará la tecnología, que esta vez sí que irá encaminada al bien común y no a la destrucción común.

Nacho Rivera

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