Individualidad a golpe de talonario

>> martes, 6 de octubre de 2009

Siguiendo las leyes de la economía moderna -Mr. Adam Smith, curioso que algo tan lejano le llamen economía moderna, así nos va- pues eso; si tenemos un bocadillo y dos personas, debemos dejar que ellos, de una forma egoísta, luchen, compitan por él. Resultando de ello, un ganador y un perdedor. En este caso uno pasa hambre y el otro no. Siempre hay un perdedor.



Pero nos dicen en las escuelas de negocio, en clase de seis a siete, que la competencia o ambición individual sirve al bien común. Y después de un breve descanso, en clase de siete a ocho, nos hablan de la responsabilidad social corporativa. ¿Cómo se come eso…?



La economía siempre basa sus teorías, modelos, en un mundo perfecto, sin ruido. Un mundo mecanicista, en el que todo es tan sencillo como ir de A hasta B. Olvidándose que entre estos dos puntos hay un infinito número de posibilidades que interactúan entre el espacio y el tiempo, ahí es nada.



Como ya he dicho otras veces; un niño de una zona pobre del mundo, asolado por guerras y penurias climáticas, poco puede hacer para competir por un trozo de pan. Es más, no hay pan por el que competir.



Su teoría, que pudo ser buena en su momento, es ridícula y reduccionista en un mundo global. Y más ridículo y vergonzoso seguir apostando por ello.



Así que el perdedor (siguiendo con nuestra historia) muerto de hambre y con un estado físico y emocional por los suelos, tendrá que recurrir al instinto, bueno, no es que recurra conscientemente, es un acto automático de supervivencia. Activando esa zona del cerebro primigenio, reptiliano, casi olvidado, que en caso de supervivencia tomará el control. Y basará todas sus energías en alimentarse. Cosa que podemos traducir en robo, asesinato, guerras….



Y alguien, sentado en un cómodo sillón, en su poltrona, defensor de la libre competencia, dirá que esta persona está cometiendo un delito, que está loca, o que no tiene sentimientos. Evidenciando su falta de conocimiento en cómo actúa el cerebro humano.



Así que por arte de magia nos aparece una tercera persona, que sin estar directamente metida en la ecuación, acaba convirtiéndose en víctima de nuestro pobre hambriento inicial. Y si seguimos la historia nos daremos cuenta que la proporción de ganadores y perdedores es demencial y claramente superior en el lado de los vencidos. Todo un derroche de eficiencia.



Simple matemática. Pero una matemática humana, basada en los sentimientos, basada en la verdadera noosfera, o sin ir tan lejos, en un simple mundo global o mundicéntrico. Y no en una falsa, sesgada, unidireccional matemática, basada en una globalización teórico-académica que tantos libros vende y que tan poca humanidad exhala.



Extrapolando podemos darnos cuenta de lo demencial que es este sistema. Y todavía podemos empeorarlo, añadiendo toda esa tropa de oportunistas, revolucionarios, iluminados y mesías de tres al cuarto, que acechando, buscarán su momento de gloria.



Y todo ello debido a un miedo horrible de que otros tengan lo mismo que nosotros. Porque creemos que eso nos quitará nuestra personalidad. Cómo voy a sobresalir, cómo sabrán que soy un ganador, cómo hacer que me quieran y me respeten… cómo me ganaré el amor de los demás si no lo acompaño de un cochazo, ropa de marca o mesa reservada en garito de moda…



Mi individualidad no se pierde porque otro pueda comer del mismo bocadillo. Ni porque pueda optar a la misma tecnología, o a los mismos estudios. Mi individualidad está garantizada en el momento de nacer. Cada persona es única. Una bella nota en un mar de ellas, formando una maravillosa sinfonía de infinitas e incomparables notas… Pero al contrario de lo que creemos, nos han despojado de esa individualidad, y nos han educado para que sólo podamos sentirnos diferentes poseyendo más que los demás. Basamos nuestra individualidad en algo que ni siquiera está en nuestra esencia. Y eso es lo más alejado que hay de la individualidad.



Y con ésa falsa libertad, falsa individualidad; nos quedamos en los suburbios, en el envoltorio. No degustamos ni por asomo las verdaderas alegrías que nos puede dar la vida. Nos conformamos con ese sucedáneo de lo material y nos olvidamos de potenciar y descubrir nuestras más infinitas cualidades… Nos volvemos inmunes a nuestro ser, e inmunes, cómo no, a nuestros semejantes, a nuestros hermanos, a nuestros compañeros… a nuestro mundo.



Dos personas no danzan igual, no bailan igual, no ríen igual… Si respetamos eso, el mundo será una infinita celebración… Única, individual, global.

4 comentarios:

Adelina 8 de octubre de 2009, 17:00  

Me gusta, poruqe lo cuentas de una forma que haces entenderlo perfectamente.

Muchos besos.

auroraines 21 de octubre de 2009, 23:47  

Hola Nacho, excelente explicación de como se comportan los intereses de unos pocos, generando la necesidad de muchos y sobre todo créandoles esa necesidad de consumo para beneficios de los que ingresan en ese supuesto mercado perfecto.
Hay otra palabra que debería anteponerse a la globalización, sería la glocalización, las realidades de cada lugar.
Muy buen análisis, te dejo un abrazo

Nacho 22 de octubre de 2009, 18:50  

Gracias Sakkh.

Muchos besos.

Nacho 22 de octubre de 2009, 18:53  

Hola Auroraines, muy cierto lo que dices. También pondría lo individual, luego lo local y por último lo global. O mejor aún integrarlo todo. Un todo.

Otro abrazo.

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